Volver a la lista de publicaciones

La Iglesia y la Verdad

La Importancia de la Iglesia en la Vida del Creyente

No cabe duda que en cierto sentido, la vida cristiana es algo muy personal. El Señor Jesucristo dijo,

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.» (Marcos 8:34).

Pablo dijo que

«…cada uno llevará su propia carga» (Gálatas 6:5).

Es preciso que desarrollemos una relación personal con nuestro Padre celestial. Sin embargo, nuestro supremo llamamiento es imitarle a Dios – ser como él:

«Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos amados» (Efesios 5:1).

Dios manifiesta su carácter amoroso amándonos, y así también él quiere que nosotros lo imitemos amando a otras personas. Este estudio se propone responder algunas preguntas acerca de esto: ¿Es suficiente ser amable con otras personas en general, o es necesario ser miembro de una iglesia? ¿Por qué? ¿Acaso no podemos ser bondadosos adorando a Dios de manera privada, y así cumplir nuestro deber cristiano? (Algunas personas afirman que se sienten más cerca de Dios en el campo, o en su propia casa, que en una iglesia). Pero si debemos ser miembros de una iglesia, ¿es importante a cual iglesia pertenecemos, o puede ser cualquiera que nos parezca?

Siempre ha sido el propósito de Dios que sus seguidores se congreguen. Los judíos, el primer pueblo de Dios, fueron llamados a separarse del mundo, porque le eran un pueblo muy especial:

«Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad…» (Deuteronomio 4:20)

y

«Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido…» (Deuteronomio 26:18).

Hablando a los judíos en tiempos del Nuevo Testamento, Esteban dijo que ellos formaban una «congregación en el desierto» (Hechos 7:38), es decir, una asamblea o iglesia (la palabra es la misma en el texto original). Entonces, no era tanto que cada uno tuviera una relación individual con Dios, sino más bien que fueron llamados a adorarle a Dios de una manera colectiva.

De hecho, toda la vida de los israelitas giraba en torno a las fiestas y las asambleas de la nación. En el transcurso de cada año celebraban varias fiestas, establecidas por Dios mismo, para que recordaran su relación con él. Pero estas celebraciones o sacrificios nunca se realizaban individualmente: eran ocasiones para juntarse con otros creyentes. La fiesta de la Pascua es un buen ejemplo. La Pascua era la fiesta más importante del calendario religioso de los israelitas, como recordatorio de su rescate de Egipto y el comienzo de su relación con Dios como nación. Éxodo 12 relata cómo celebraron esa primera Pascua, y cómo la tenían que seguir observando en las generaciones venideras.

«Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia.. Mas si la familia fuere tan pequeña que no baste para comer el cordero, entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas…» (Éxodo 12:3,4)

Toda la congregación tenía que cumplir con esta fiesta, y con aproximadamente treinta o cuarenta personas juntas en una casa (suficientes personas para comer un cordero entero). Existen otros aspectos importantes de esta fiesta que veremos más adelante en el presente estudio. Pero por ahora, notemos que la fiesta de la Pascua, o «de los panes sin levadura,» se celebraba cada año, junto con las demás personas en Israel desde esa época en adelante, y también otras dos fiestas más de suma importancia para la vida espiritual de la nación. Deuteronomio 16:16 nos dice:

«Tres veces cada año aparecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere: en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos.»

Notemos también que las tres fiestas tenían que celebrarse «en el lugar que él escogiere»: es decir, no cada uno en su propia casa, sino en el lugar que Dios iba a escoger, el cual con el correr del tiempo se reveló ser Jerusalén. Notemos también que estas fiestas duraban una semana entera. No se trataba simplemente de dejar el trabajo y la vida normal por sólo una tarde, o algo así. Habría sido muy fácil pensar que no tenían los recursos para dedicar tanto tiempo a la adoración de Dios y que era demasiado difícil e inconveniente. Cada persona tenía que actuar con fe; fe de que Dios continuaría proporcionándole todo lo que necesitaba para que pudiera dedicarse a la fiesta como se le había mandado. Vemos que la fe personal de cada individuo tenía que impulsarlo a cumplir el mandamiento de Dios, congregándose con los otros creyentes de la nación de Israel.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, encontramos los mismos principios acerca de la necesidad de congregarse. El Señor Jesús es el primer ejemplo de eso. Él no intentó cumplir por sí solo su deber con Dios, aunque tal vez hubiera sido más fácil concentrarse sólo en sí mismo. Él escogió doce discípulos para que lo acompañaran en todo momento, juntando así personas muy diferentes entre si y con bastantes flaquezas. Sabemos que unos eran pescadores, otros oficiales del gobierno, activistas políticos, y aún un ladrón. Pero Jesús los juntó para que estuviesen con él. Después de su ascensión, encontramos a estos discípulos en Hechos 1, imitando su ejemplo, congregándose y así estableciendo la iglesia.

«Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.» (Hechos 1:14).

El día del Pentecostés se dice otra vez que ellos «estaban todos unánimes juntos» (Hechos 2:1), cuando recibieron los dones del Espíritu Santo y tres mil personas fueron bautizadas. Después de este día tan feliz, Hechos 2:42 dice:

«Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.»

Las cuatro cosas mencionadas aquí deben ser la base de la vida de cada seguidor del Señor Jesús. Observemos que dos de estas cosas son actividades que sólo se pueden hacer junto con otras personas: la comunión unos con otros y el partimiento del pan. Además, es muy posible que la doctrina de los apóstoles, es decir, la enseñanza de las creencias fundamentales de la iglesia y las oraciones, también se hiciera cuando se reunía el conjunto de los creyentes.

Al examinar la historia de la iglesia del primer siglo a través del libro de los Hechos, encontramos que losentales, sino en sus actitudes y prácticas, para que pudieran seguir siendo un solo pueblo para su nombre. ¿Por qué molestarse con todo eso, si no era necesario para los miembros de la iglesia?

Y así cuando seguimos leyendo el libro de Hechos, concebimos una imagen de una comunidad de creyentes que seguían las creencias y prácticas de la primera iglesia en Jerusalén, uniéndose para establecer pequeñas congregaciones en cada ciudad en donde se predicaba el evangelio. Hechos 20:7 nos relata que era la costumbre de los discípulos reunirse «el primer día de la semana…para partir el pan»–es decir, para recordar el sacrificio del Señor por medio del partimiento del pan, como él había mandado. Escribiendo a los Corintios, Pablo también hace referencia a esta idea, diciéndoles que tenían que hacer una colecta cada «primer día de la semana»–probablemente cuando se reunían para el partimiento del pan (1 Corintios 16:2). La mayoría de las cartas del Nuevo Testamento son escritas para las diferentes congregaciones, dándoles consejos sobre las cuestiones prácticas de la iglesia, recordándoles la necesidad de mantener la doctrina correcta y exhortándoles a guardar la unidad del cuerpo. No cabe duda, pues, que ser parte de la iglesia que mantiene las doctrinas de los apóstoles, y participar activamente en ésta, es un requisito para cada cristiano. Pero nos podemos preguntar, ¿por qué?

Regresemos al Antiguo Testamento, y al llamamiento de los judíos para ser la «congregación» o iglesia de Jehová (Esteban en Hechos 7:38). El propósito de llamarlos y de sacarlos de Egipto para ser su pueblo, se explica en Éxodo 19:6:

«…vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa.»

Sacerdotes son personas con la responsabilidad de enseñar a otros acerca de Dios. Entonces un «reino de sacerdotes» es un reino que instruye a las demás naciones acerca de él, guardando sus mandamientos y andando en sus caminos.

«Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán» (Deuteronomio 28:9-10).

En su primera carta a las iglesias, Pedro dijo que ahora la iglesia verdadera del Señor Jesucristo había heredado esta responsabilidad:

«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…» (1 Pedro 2:9)

. Entonces, una de las principales razones por las cuales Dios quiere que estemos en una iglesia, juntos, es por que así podemos predicar a los demás de una manera mucho más efectiva. El Señor Jesucristo describe a las iglesias como «candeleros»: de ellas emanaba la verdad del evangelio y debían brillar por su correcta doctrina y por el amor entre sus miembros, de manera que la iglesia llegara a ser una lámpara para testificar y predicar al mundo entero. El Señor Jesucristo dijo eso también a sus discípulos:

«En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros» (Juan 13:35).

Otra razón por la cual es necesario que los creyentes se congreguen, la encontramos cuando estudiamos la Pascua y las otras fiestas de Israel. Dios mandó:

«Guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre.» (Éxodo 12:24).

El pasaje sigue diciendo que ellos tenían la responsabilidad de enseñar a sus hijos exactamente lo que significaba la Pascua, para que la próxima generación aprendiera a servir a Dios igualmente. La importancia de enseñar «con diligencia» a nuestros hijos es un mandato muy claro en toda la ley de Moisés. Esta responsabilidad comienza en nuestros propios hogares, pero como la iglesia es la familia espiritual, también es de suma importancia que la instrucción de los jóvenes continúe dentro de la misma, para que el evangelio verdadero no se pierda al ser transmitido de generación en generación. Pablo repite esta idea cuando le escribe a Timoteo, diciendo:

«Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2).

Entonces uno de las funciones vitales de la iglesia es que la verdad siga comunicándose de una persona a otra, y de una generación a otra.

Finalmente, otra función de la iglesia es el desarrollo espiritual (y, a veces, el apoyo material) de cada miembro. Los creyentes verdaderos son hijos e hijas de Dios, y así son hermanos y hermanas en Cristo (Colosenses 1:2; Hebreos 2:11; 1 Juan 3:2). Esto es lo que significa el nombre «Cristadelfiano.» Por eso, los cristadelfianos usan los títulos «hermano» o «hermana» con cuidado: no llamamos «hermano» a cualquier persona, ni siquiera a aquellos que se dicen ser»cristianos,» sino sólo a otros cristadelfianos, es decir, otras personas que comparten con nosotros la misma fe y las mismas creencias. Tenemos compañerismo, lo cual quiere decir «compartimiento.» con otros que creen lo mismo. Pablo dice

«Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.» (Efesios 2:19-22).

Tal como los israelitas fueron separados de las naciones a su alrededor para Dios, para llegar a ser un «reino de sacerdotes» y para proclamar Su nombre, así también en este tiempo los creyentes verdaderos deben separarse del mundo a su alrededor, para llegar a ser «miembros de la familia de Dios.» La familia espiritual de la iglesia se convierte en la principal responsabilidad del creyente. Y así como los israelitas tenían que hacer sacrificios en su tiempo y utilizar parte de sus recursos para servir a Dios junto con otros creyentes, nosotros también debemos estar dispuestos a servirlo de la misma manera.

Cada miembro debe ser una piedra en el edificio de la iglesia, asumiendo responsabilidades y apoyando a los demás miembros. «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo,» dice Pablo en Gálatas 6:2. Todos los creyentes deben buscar oportunidades para servir a la iglesia, y no sólo buscar lo que pueden tomar de ella. Pablo sigue en Gálatas 6 diciendo,

«Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.» (v.10).

Sólo una persona arrogante piensa que no tiene nada que aprender o recibir de los otros miembros de la iglesia, y sólo una persona engañada o desconsiderada opina que no tiene nada que dar. En 1 Corintios 12, Pablo describe la iglesia como un cuerpo, y todos los miembros como partes de este cuerpo, con Jesucristo como la cabeza. El apóstol explica que tal como cada parte del cuerpo es necesaria por una razón u otra, así también dentro de la iglesia cada miembro es necesario, debe ser valorado y debe desempeñar el papel que le corresponde. Nos recuerda que es Dios el que escoge a los miembros, y no nosotros:

«pero Dios ordenó el cuerpo…para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.» (v.24-25).

Tal como en una familia física, así también en la familia espiritual los miembros tienen la responsabilidad de cuidar el uno del otro. Cuando el Señor Jesucristo oró: «…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti…» (Juan 17:21), él estaba pensando en una relación estrecha y cariñosa entre su Padre, él mismo y sus discípulos. Hebreos 10:24-25 dice:

«Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos…»

Efesios 4:15-16 resume todo eso así:

«…siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.»

Cada miembro debe fomentar la unidad del edificio, sometiendo su voluntad a la de los otros miembros con un espíritu de humildad. El desarrollo de esta actitud es parte de la disciplina y la edificación del carácter que se produce en el creyente cuando es miembro activo de una iglesia. Si estuviéramos solos, podríamos hacer las cosas exactamente como quisiéramos, pero únicamente dentro de la iglesia aprendemos la virtud esencial de la sumisión humilde. Nuestros hermanos y hermanas en Cristo no necesariamente son las personas que habríamos escogido nosotros mismos para ser nuestros amigos. A través de nuestra membresía y participación en la iglesia nuestro Padre celestial nos enseña la necesidad de llevarnos bien con personas que nos parecen difíciles, y así desarrollar las características de Dios mismo, la paciencia, el amor y la misericordia. Juan explica este concepto con palabras muy fuertes:

«Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no has visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Juan 4: 20-21).

Además dice:

«En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos» (1 Juan 3:16).

Por lo tanto, cuando estamos en comunión con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, pertenecemos no sólo a la iglesia cristadelfiana más cercana, sino a una comunidad mundial. Los miembros aislados también deben estar afiliados a una iglesia y pueden practicar su comunión por cartas, llamadas telefónicas, o correo electrónico. Todos podemos tratar de enterarnos sobre el bienestar de otros hermanos alrededor del mundo, y tratar de conocer mejor a nuestros hermanos asistiendo a una escuela bíblica o contactándonos de una manera u otra. En todo lo que hace, cada creyente verdadero tiene la responsabilidad de andar

«como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos» (Efesios 4:1-6).

~ Sally Jefferies

Capítulo anterior: Un Llamado a los Católicos

Continúa leyendo: Una Religión que Tiene Sentido
Ir al capítulo....

Quedate un tiempo con nosotros y comenzarás a entender lo que Dios quiere comunicarnos en su palabra. Y si tienes preguntas o comentarios, escríbenos a preguntas@labiblia.com

Los Cristadelfianos somos una comunidad mundial de estudiantes de la Biblia. Si quieres saber más acerca de nosotros y nuestras enseñanzas, por favor toma unos momentos para conocer www.labiblia.com o si tienes preguntas mándanos un correo a preguntas@labiblia.com. Tenemos un muy amplio surtido de información acerca de las verdaderas enseñanzas de la Biblia.
©Labiblia.com 2024. Derechos Reservados.